EL REGRESO DE CAPERUCITA
Dice Campanari que es mejor viajar en tren que en avión, sobre todo cuando vas a contar, porque llegas a la ciudad, y cuando llevás media hora contando, terminás de llegar a tu cuerpo. La velocidad del alma no se parece para nada a los 900 kilometros por hora, ella es más de caminos alternos, de atajos, un poco como una caperucita que voluntariamente necesita perderse en el bosque, y cuando llega con todo lo que trae, la cestita, el desconcierto y la alegría, se te enreda la función pues, porque la fiesta de encontrarte con tu alma siempre provoca más silencio, más sorpresa, más soledad, que ese encuentro acelerado de llegar cuando ya estás en tus oficios públicos.
La celebración del encuentro, la fuente que brota cuando brillan dentro de ti las luces, las chispas de los circuitos, todas fiestas de tu fiesta interior, formas de la alegría. Si algo tiene la vida o por lo menos la que me toca a mi experimentar, es nuestra facilidad para ausentarnos, para perdernos en el bosque y no contestar el llamado de la manada, pero cuando volvés, cuando aparecés por el borde, llena de arañazos de zarzas, de soles en la piel, de nuevas lenguas, y con la cestita llena de nuevos frutos, o vacia y ligera, agradecés tanto la partida como el regreso.
El bosque es espeso, sus claros han sido lugar de reposo, a ratos parece laberíntico, es como una isla verde, donde el exceso de seres vivos amenaza tu presencia, no me asustan tanto los lobos o los devoradores de carne, me amedrentan los carroñeros, su paciencia.
Al bosque se regresa pero trataré que esta vez el viaje sea completa, en tren y a la velocidad del alma que como ya dije se mide en episodios y aventuras y no en kilometros por hora.
Comentarios
Un abrazo.
Carmen
Eso, nomás...
Carolina